¿Por qué Nectario Andrade no fue candidato?



¿Por qué Nectario Andrade no fue candidato?

Maracaibo, sábado 25 de febrero de 2004

Texto: Ramón Alberto Escalante


En su época estelar, Rafael Caldera tuvo dos delfines, o preferidos para la sucesión. Lorenzo Fernández, quien perdió la salud y el entusiasmo con la derrota electoral de 1973 y Nectario Andrade Labarca, el segundo hombre del primer gobierno, quien además de sus méritos personales contaba con el respaldo de la primera seccional nacional de Copei, el Zulia.

Caldera, que lideraba a Copei sin rivales, buscaba afanosamente una figura para atravesarla en el camino de Luis Herrera Campins, el precandidato a quien venía bloqueando desde mucho atrás. De habérselo propuesto, Andrade Labarca habría disputado con mucha opción esa candidatura, que equivalía al cincuenta por ciento de probabilidades para ser electo, simplemente por la alternancia bipartidista de entonces.

Nectario Andrade Labarca, un político versátil y de gran prestigio, aunque de temperamento retraído y notable humildad, también mitineaba fogosamente, sabía redactar y tenía un recio carácter. Había sido juez, docente, decano de derecho y mantenía una influencia determinante en la seccional zuliana, donde cada aspirante a diputado, senador, juez o funcionario, debía contar con su aquiescencia, o por lo menos, con su visto bueno. Hubiera sido una buena opción para el país, especialmente porque la tragedia histórica ya había propiciado las peores candidaturas en AD.

Nectario Andrade no quiso pagar el insoportable peaje del camino a Miraflores. El viacrucis de Rómulo Betancourt, quien para ser caudillo y presidente sacrificó la salud, los amigos, sus estudios de derecho y la familia. No tenía esa coraza del hombre obsesionado por el poder, como Caldera, quien al final de su vida terminaría sin herederos políticos, sin sus compañeros de siempre, sin su partido y sus ideales, con el amargo gusto de haberlo perdido todo para lograr su cometido.

Nectario Andrade no quiso transitar el camino al poder total que incluye una vida de circo, entre la soledad y el ruido, sin derecho a la vida privada, y con la familia generalmente apartada. No es casualidad que en toda nuestra historia, y particularmente desde 1958, la mayoría de presidentes venezolanos hayan sido divorciados, separados de sus esposas o con una conflictiva situación sentimental.

La clave de sus prioridades pudo estar en la noción que tenía de la familia, como lo más sagrado y fundamental del ser humano. Porque Nectario Andrade nació pobre y desplazado, con su padre preso en la isla de San Carlos, y esa visión del infortunio lo marcó para siempre. De allí el hombre que disfrutó profundamente cada instante en su hogar, de la docencia y la actividad intelectual mientras se fastidió con las ceremonias, saraos, besamanos y protocolos de la vida pública.

Incluso en su época de mayor influencia, cuando tanto dependía de su favor, trataba de mostrarse lo más espartano y frugal posible, con un modestísimo despacho en su casa, sin secretarias ni guardaespaldas, a ratos cautivado por el ejemplo de Carlos V, el ultracatólico rey español quien reinando sobre medio mundo dormía todas las noches en el frío piso para recordar su condición mortal.

Nadie de su mentalidad cabe en la política tropical que suele ser una cosa alucinante e irreal. Con el candidato de pueblo en pueblo repitiendo los mismos discursos, las mismas respuestas, las mismas poses, una y otra vez, como en un carrusel. En el camino no duerme, ni piensa, ni comparte, y queda cercado por su corte, gente por lo general también sin familia ni vida íntima. La resultante ha sido el enorme fiasco de cada gobierno, con la enorme desconexión, la paradójica soledad y la incapacidad de ver más allá de lo que piensa el pequeño círculo del poder.

El tema es propicio para plantear una redimensión de la actividad política en Venezuela. Convendría incluso redactar un estatuto del calendario político que obligue a los presidentes, candidatos, líderes y dirigentes a tomar vacaciones, a rodar por carretera con la familia, a llevar una vida normal. Parte del desgaste que sufrimos proviene de los niveles de irracionalidad de ese modelo. Sostengo que el estadista, como el funcionario, el representante y el administrador público necesitan reposo, sobriedad; que no es ocio, ni francachela, ni juerga, pero sí relax, para meditar, decidir y recapacitar.

Entre 1994 y 1998, cuando accidentalmente Caldera volvió al poder, Andrade pudo haberse erigido en el gran postulador de cargos, contratos y prebendas del Zulia, porque aquel gobierno careció siempre de partido y gente que decidiera. Pero voluntariamente se replegó y escogió el bajo perfil, casi el silencio, adelantando su retiro de la vida pública.

El sabio José María Vargas, al ser postulado en 1834, rogaba que lo dejaran en su laboratorio. Entre 1863 y 1868, el presidente Juan Crisóstomo Falcón abandonó Caracas, delegó las funciones de gobierno, y se recluyó en su Paraguaná natal, agobiado por la nostalgia y el cansancio. Juan Vicente Gómez, para sobrevivir, escapó de la sociedad caraqueña y construyó un recinto infranqueable en Maracay, a donde nadie podía llegar sin previa convocatoria. Arturo Uslar, después de la campaña de 1963, quedó tan arrepentido que jamás aceptó otra candidatura ni que lo mencionaran para interinaria alguna. Alirio Ugarte Pelayo, puesto en la encrucijada de dividir a su partido para lanzarse al ruedo, prefirió volarse la cabeza de un tiro. En 1968, durante la división de AD fueron a buscar a Juan Pablo Pérez Alfonzo y le propusieron que asumiera la candidatura unitaria, porque sólo a su favor declinarían Prieto y Barrios, pero el fundador de la OPEP se negó, exaltado, casi indignado.

Nectario Andrade compartió la zozobra de aquellos. Yo lo traté muy de cerca en los años de su apogeo. Entonces evadía el candente tema de la política interna para hablar de poesía, de cuento y novela, ir puntualmente a la iglesia y velar como un pastor por sus seres queridos. Por encima de los inevitables errores políticos, hoy todos reconocemos que evadió encandilarse por el poder y siempre apostó a la sobriedad.

Se afirma que el poder es afrodisíaco, o estimulante, o embriagante, y que se persigue con obsesión. Cuando en la pequeña crónica aflora un personaje que rompe el guión, como este Nectario Andrade del Zulia, constituye un caso impresionante. No cambió su tranquilidad y la verdadera felicidad por toda la gloria del mundo.

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