Fuente de inspiración -Lech Walesa

Lech Walesa
Paladín para los derechos humanos y condujo a Polonia a una cruzada por la libertad

Lech Walesa Nacido el 29 de septiembre de 1943 trabajaba como electricista en un astillero de Gdansk, Polonia, cuando descubrió al líder que llevaba adentro. No solo dirigió muchas de las protestas de obreros a lo largo de los años 70, sino que encabezó una decisiva huelga de trabajadores en 1980. Un hombre de alta emocionalidad e intuición, dirigido más por la esperanza y pasión que por la racionalidad. Ésa era la fuerza de este cruzado de Polonia.

En 1981 fue preso una de las tantas veces este pequeño y valeroso electricista de Gdansk, alma y corazón de la batalla de Polonia contra un régimen comunista y corrupto. Walesa y Solidaridad fueron para los polacos símbolo internacional de la lucha por la libertad y la dignidad de un pueblo que se esforzó por la búsqueda de una vida mejor.

Hombre del año (1981) para el Time. El mundo no podrá olvidar de las lecciones del valor exhibido por millones de trabajadores polacos que fueron inspirados por Lech Walesa.   La revista Time lo incluyó en una edición dedicada a las 100 personalidades más influyentes del siglo XX, y dijo de él: “Sin Lech Walesa, la huelga de ocupación en el astillero Lenin posiblemente nunca habría comenzado. Sin él, Solidaridad nunca habría nacido. Sin él, el sindicato, probablemente, no habría sobrevivido a la ley marcial y vuelto luego triunfante a negociar la transición del comunismo a la democracia”. Le pregunto, entonces, si usted entiende que es correcto ese análisis, o si entiende que el fin del régimen comunista polaco se habría producido de todos modos, aún si no hubiese existido Lech Walesa.


Ninguno de los acontecimientos ocurridos en 1981 igualaron el triunfo y la tragedia del pueblo polaco. En el centro de una verdadera revolución Lech Walesa, hombre de barbilla doble, un poco de barriga, y una altura de solamente 5 pies. 7 pulg.,  38, tienen apenas una presencia física imponente. Su desarrollo dentro del sindicalismo obrero es áspero y a menudo poco gramatical: su voz, producto de años de fumar, es ronca. Sus discursos se acribillan con frecuencia con metáforas mezcladas y analogías sesgadas. Los líderes de la solidaridad admiten  a un periodista de Varsovia"Walesa (Vah-wen-sah pronunciado) es más intuitivo que intelectual. y a manera de desafío que él nunca ha leído un libro serio en su vida. A pesar de esto Walesa consiguió a través de su mensaje de renacer la esperanza en sus conciudadanos. Su fuerza es que tranquiliza y energiza a la gente. Su hablar sencillo y corto,  y acompañado de gestos sincronizados  con su voz y su capacidad de reducir expresiones complejas a  palabras y a imágenes simples que todos podían comprender".

Sus luchas condujeron a la creación del sindicato Solidaridad, que llegó a agrupar unos diez millones de miembros. Las conquistas de esta agrupación desataron en Europa una reacción en cadena cuyas consecuencias socavaron los cimientos del comunismo y terminaron por derribarlo.

Walesa fue galardonado con el premio Nobel de la Paz en 1983, seis años antes de convertirse en presidente de Polonia, el primero no comunista en 40 años.

En 1990 fue electo presidente del país y gobernó hasta 1995.

Aunque criticado por los errores cometidos mientras trataba de consolidar la democracia en Polonia, nadie discute que fue él quien “rompió el hielo” en Europa Central.

Transcribo para ustedes  fragmentos de una entrevista realizada por la periodista Milagros Socorro en una visita reciente a Venezuela.

—Mucho gusto, Milagros Socorro. Soy reportera de El Nacional.

—Encantado, soy Lech Walesa (suena Lej Vauensa) y vengo de Polonia.

En la cara, totalmente roja, del ex líder de Solidaridad, baila una sonrisa medio oculta por el bigotón que se dejó desde 1963 y que ha acompañado su imagen pública. La contundencia del apretón de manos me recuerda que, además de un ex presidente y Premio Nobel de la Paz, 1983, tengo delante a un electricista, de extracción campesina, formado en el aparato educativo soviético y templado en los astilleros Lenin de Gdansk, sobre cuyo muro se trepó en el verano caliente de 1980 para instar a sus compañeros obreros a la huelga y a la lucha contra el régimen comunista.

Entre nuestras sillas han acomodado la de la traductora, Halina Zubr, de cuyos servicios no se puede prescindir debido a que Walesa no habla inglés ni francés, porque, como explica, en sus tiempos de estudiante lo que se enseñaba era el ruso, lengua que conoce pero prefiere no hablar. “Me encanta el polaco”.

Ha venido a Venezuela invitado por Banesco, institución bancaria organizadora del acto Palabras para Venezuela, que reunió, en el Teresa Carreño, a uno de los dos polacos más famosos en el mundo y al gran escritor argentino Ernesto Sábato, quien también pronunció una conferencia esa noche.

En la actualidad, acompañado siempre de su inseparable esposa Danuta Golos, madre de sus ocho hijos, y a quien designó para recoger el Premio Nobel (temeroso de que si salía al extranjero no lo dejarían entras después a Polonia), Walesa se dedica a dictar conferencias en todo el mundo y a merecer tal cantidad de condecoraciones que si intentara ponérselas todas a la vez, según dijo, tendría que ser sostenido por una grúa.

En su conferencia en el Teresa Carreño usted dijo que cuando se inició en el sindicalismo, la ocupación soviética se expresaba en la presencia de 250.000 soldados en Polonia, ¿llegó usted a odiar a los rusos? —No. A ellos no. Lo que yo odiaba era al sistema que representaban y que nos imponían, y que no era otra cosa que la esclavitud, la total privación de la libertad. Y eso era lo que yo odiaba, contra lo que luchaba, pero con métodos pacíficos.

—¿Hay algo que usted extrañe del comunismo? —Nada. El comunismo como teoría no es mala, pero definitivamente no es real; y por eso mismo permite tantas posibilidades de malinterpretarlo y confiscar la teoría para justificar regímenes autoritarios. Es imposible que yo extrañe algo de un sistema político que sólo trajo esclavitud a mi país y que, además, tuvo unos efectos económicos nefastos. En esa época casi la mitad del mundo estaba forzada a vivir bajo el comunismo y en ningún país tuvo buenos resultados. ¡En ninguno! Si hubiera algún resultado en uno o en dos, se podría decir que no está mal, que podría ser perfectible, pero el caso es que no lo hubo. Y está a la vista el hecho de que desapareció de todos aquellos países, con la excepción de Cuba y Corea del Norte, donde es muy fácil verificar qué es lo que está ocurriendo: un desastre político y económico.

—¿A qué atribuye, entonces, que 9 de los 11 millones de cubanos acaban de votar que el comunismo se haga eterno en la isla? —Yo viví en ese sistema y sé cómo actúa. Sé cómo se mueven las dictaduras comunistas y qué policía política hay allí. Sé que hacen todo para proscribir cualquier atisbo de democracia y para impedir la salida de los nacionales del país... y, sin embargo, los cubanos aprovechan cualquier posibilidad para huir.

—Hay otros países, que no han vivido en el comunismo, donde actúan grupos políticos que aspiran a la instauración de ese sistema. En Venezuela hay muchos que proclaman unas bondades de Cuba, por ejemplo.

—Estas personas deberían saber que el comunismo le costó 100 millones de muertos a la humanidad. Repito: 100 millones de muertos. Todas las guerras mundiales no han matado tanta gente como el mantenimiento del comunismo. Evidentemente, no conozco a los marxistas venezolanos y quiero rebatirlos con respeto. En el mundo hay mucha injusticia, mucha corrupción y mucha pobreza, y algunas personas buscan solución a estos flagelos con la bandera del marxismo; en la Unión Soviética los comunistas aseguraron que iban a resolver esos problemas, dijeron que iban a despojar a los ricos para favorecer a los pobres, prometieron paz y tranquilidad. Y nunca resolvieron los problemas. Es increíble que todavía haya alguien que se deje engañar por esas promesas, a sabiendas de los crímenes que se cometieron en su nombre.

—El mecanismo usado por el Sindicato Independiente Solidaridad (Solidarnosc), en los años 80, para quebrar el poder comunista, fue la resistencia pacífica. —Optamos por no reconocer la autoridad de una gente que mandaba mal, y decidimos no trabajar para ellos, para sus engaños, para sus crímenes. Y les dijimos: “Desde hoy no vamos a trabajar más”. Nosotros demostramos que la desobediencia, expresada en la huelga laboral, es capaz de acabar con un gobierno rechazado por las mayorías, pero hay que tener muy claro que eso sólo se logra con la unión y organización de los factores opuestos al poder y sin apelar nunca a la fuerza. Eso es muy difícil de lograr: a Polonia le costó 50 años. Al principio, en los años 40, se luchó con las armas y después, en los 60, con manifestaciones en la calle; y ambas formas de protesta fueron reprimidas a tiros. Hasta que decidimos no pelear con ellos, no oponer ninguna fuerza... pero no trabajar para ellos, aunque nos desalojaran con tanques.

—Y esta opción, ¿cuánto tiempo requirió para su éxito? —Catorce días. Eso fue lo que duró la huelga general de 1980.

—¿Qué diferencia fundamental encuentra entre ser líder de la resistencia política y serlo después del gobierno, ya en papel de Presidente? —La principal es que el líder sindical vela por los derechos de su grupo y se enfrenta a los del contrario, mientras que el Presidente tiene que ser el jefe de todos, de todo el país, con todos sus sectores. —Personalmente, ¿qué prefiere? —Tengo un carácter que me lleva a querer ser siempre el mejor: el mejor obrero, el mejor líder sindical y el mejor Presidente. Pero, para responder su pregunta con honestidad, no hay nada como ser líder sindical.

—Su trabajo sindical precedió la época de la globalización... —Mi lucha aceleró la globalización, que era imposible en la época de la Guerra Fría.

—En el actual contexto de globalización, ¿cómo cree usted que debe orientarse el nuevo sindicalismo? —Lo primero que hay que dejar claro es que la globalización no depende de un deseo personal. Es parte del desarrollo del mundo. Toda la información, se quiera o no, es global; por eso no deja de ser una paradoja que quienes se oponen a la globalización no renuncian a sus teléfonos celulares, indudable muestra de la globalización, así como a Internet o a las redes de televisión internacional. La pregunta no es si debemos admitir la globalización. La pregunta es: cómo nos vamos a sumar para sacar el mayor provecho de ella.

—Su presencia en Venezuela ha coincidido con el anuncio de decisión del Tribunal Supremo de Justicia que movilizó las protestas de ciertos grupos. Y, evidentemente, vio las noticias por televisión. ¿Qué intuición tiene con respecto a Venezuela? —Sería descortés que me inmiscuyera en los asuntos internos de Venezuela, trataré pues de no hacerlo. Mi punto de vista es este: Venezuela es un país bellísimo, al que, perdóneme, pero creo que Dios le dio demasiado y tengo la impresión de que esa excesiva posesión de cosas bellas los ha echado a perder. En estos días he viajado un poco y me he quedado asombrado: ¡qué bella naturaleza!, ¡qué país tan hermoso!, ¡cuántas ventajas tiene! Ustedes deberían ser el país más rico del mundo. Sólo necesitan organizarse para tener buenos jefes y dirigentes; hay que pactar con toda claridad los derechos y los deberes de todos los ciudadanos para exigir de cada uno su compromiso, como vi que hicieron los dirigentes de Banesco al conducir exitosamente una fusión de dos instituciones y al asumir su compromiso social, expresado en el apoyo que están dando a esa importante institución educativa (Fe y Alegría). Yo he viajado por todo el mundo, he visto cosas impresionantes en todos lados, pero tan bellas y en tal estado de originalidad y naturaleza como las tiene Venezuela, muy pocas veces. Toda Europa invertiría gustosa su dinero en proyectos turísticos en este país, pero tengo la impresión de que no saben hasta qué punto es esto un paraíso. ¿Por qué no lo proclaman a todo el mundo? No entiendo. ¿Será que tienen mujeres demasiado bonitas y no quieren que se las roben? En serio, ustedes no tienen problemas mayores.

—Sí que los tenemos: muy altos índices de pobreza.

—La pobreza se erradica con fuentes de trabajo bien remunerado. Y aquí sobran los recursos para crearlas, mire nada más esas impresionantes cascadas que podrían surtir de electricidad a toda América. ¡Y están desaprovechadas! Eso para no insistir en el tesoro que tienen en materia de turismo. En Venezuela los dólares corren por los suelos y parece que nadie los quiere recoger.

—Volviendo a los sucesos del pasado miércoles en Caracas, ¿qué deduce a partir de estos conflictos callejeros? —Yo soy, sobre todo, un gran demócrata. Para que haya bienestar en el mundo, tiene que haber democracia. Y la democracia no se hace en las calles, sino en los programas que la procuren y pongan en práctica. Todo lo que se haga dentro de la ley sale bien.

—Usted mismo quebrantó la ley vigente en Polonia cuando se puso al frente de una huelga general cuyo fin era abatir al gobierno.

—Sí, pero yo me oponía al comunismo, que es la tumba de todas las leyes humanas. Los venezolanos ya tienen una democracia, sólo tienen que perfeccionarla. A mí me parece una vergüenza que haya esos incidentes en la calle, disturbios que perturban la paz y propician el uso de la violencia. Y tampoco estoy de acuerdo con las manifestaciones en la calle, no lo hagan, no se dejen matar. La resistencia debe hacerse siempre con métodos pacíficos, que no alteren el orden público ni den facilidades a los que usan la violencia.

En su anterior viaje a Venezuela usted vino invitado por la CTV, ¿se ha reunido con sus representantes en esta ocasión? —No. —¿Tiene un mensaje para ellos? —Por supuesto. Que recuerden que sin ellos no se va a poder hacer nada en Venezuela, sin su sabia e inteligente lucha; tienen que trabajar duro, con inteligencia, pero sin destruir el país.

—¿Está usted al tanto del papel que ha desempeñado la central obrera en los recientes sucesos políticos en Venezuela? —No mucho. Sé que está en la oposición y pienso que toda democracia necesita una oposición.

Y usted, ¿por qué no se reunió con el presidente Chávez, que entiendo que le envió varios emisarios? —Bueno, yo vine exclusivamente a cumplir con la agenda que Banesco tenía para mí... pero no niego que el hecho de no haberme reunido con el Presidente quiere decir algo.

—¿Qué quiere decir? —Es obvio: que no quise coincidir con él.

—¿Por qué? —Eso me lo reservo.

Lech Walesa: "La democracia no se construye con disturbios" 

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