Fuentes de Inspiración-Oscar Arnulfo Romero y Galdamez

Romero: “Un pastor un profeta y un mártir…. El Revolucionario de Dios"

"Este es el pensamiento fundamental de mi predicación. Nada me importa tanto como la vida humana. Es algo tan serio y tan profundo, más que la violación de cualquier otro derecho humano, porque es vida de los hijos de Dios y porque esa sangre no hace sino negar el amor, despertar nuevos odios, hacer imposible la reconciliación y la paz".
La personalidad más emblemática de la más pequeña de las naciones Centroamericanas, El Salvador; Oscar Arnulfo Romero y Galdamez, cumplió 30 años de su muerte martirial, sin duda,una de las figuras con el mensaje más orientador en la historia violenta del pulgarcito de América (El Salvador).
Oscar Arnulfo Romero Galdámez, nació en Ciudad Barrios, en el oriental departamento San Miguel, el 15 de agosto de 1917. Su familia era humilde y con un tipo modesto de vida. Desde pequeño, Oscar fue conocido por su carácter tímido y reservado, su amor a lo sencillo y su interés por las comunicaciones.
Ingresó al Seminario Menor de San Miguel con los padres Claretianos desde 1931 y posteriormente con los padres Jesuitas en el Seminario San José de la Montaña hasta 1937. En el tiempo que estalló la II Guerra Mundial, fue elegido para ir a estudiar a Roma y completar su formación sacerdotal y su elección se debió a la integridad espiritual e inteligencia académica manifestada en el seminario.
Fue ordenado sacerdote a la edad de 25 años en Roma, el 4 de abril de 1942.
El padre Romero era un sacerdote sumamente caritativo y entregado. No aceptaba obsequios que no necesitara para su vida personal. Ejemplo de ello fue la cómoda cama que un grupo de señoras le regaló en una ocasión, la cual regaló y continuó ocupando la sencilla cama que tenía. Dada su amplia labor sacerdotal fue elegido Secretario de la Conferencia Episcopal de El Salvador y ocupó el mismo cargo en el Secretariado Episcopal de América Central.
El 25 de abril de 1970, la Iglesia lo llamó como Obispo Auxiliar de San Salvador y en el día de su ordenación episcopal dejaba claro el lema de toda su vida: "Sentir con la Iglesia".
En junio de 1975 se produjo el suceso de "Las Tres Calles", donde un grupo de campesinos que regresaban de un acto litúrgico fue asesinado sin compasión alguna, por el ejercito nacional de aquel entonces.
El informe oficial hablaba de supuestos subversivos que estaban armados; las 'armas' no eran más que las Biblias que los campesinos portaban bajos sus brazos. La situación se agudizó y las relaciones entre el pueblo y el gobierno se fueron agrietando.
En medio de ese ambiente de injusticia, violencia y temor, Mons. Romero fue nombrado Arzobispo de San Salvador el 3 de febrero de 1977 y tomó posesión el 22 del mismo mes. Tenía 59 años de edad y su nombramiento fue para muchos una gran sorpresa, el seguro candidato a la Arquidiócesis era el auxiliar por más de dieciocho años en la misma, Mons. Arturo Rivera Damas: "la lógica religiosa desconcierta a los hombres".

“ La gota que derramo el vaso”

El 12 de marzo de 1977, se dio la triste noticia del asesinato del padre Rutilio Grande, un sacerdote amplio, consciente, activo y sobre todo comprometido con la fe de su pueblo. La muerte de un amigo duele, Rutilio fue un buen amigo para Monseñor Romero y su muerte le dolió mucho: "un mártir dio vida a otro mártir".
Su opción comenzó a dar frutos en la Arquidiócesis, el clero se unió en torno al Arzobispo, los fieles sintieron el llamado y la protección de una Iglesia que les pertenecía, la "fe" de los hombres se volvió en el arma que desafiaría las cobardes armas del terror.

En el transcurso de su ministerio Arzobispal, Mons. Romero se convirtió en un implacable protector de la dignidad de los seres humanos, sobre todo de los más desposeídos; esto lo llevaba a emprender una actitud de denuncia contra la violencia, y sobre todo a enfrentar cara a cara a los regímenes del mal.
Sus homilías se convirtieron en una cita obligatoria de todo el país cada domingo. Desde el púlpito iluminaba a la luz del Evangelio los acontecimientos del país y ofrecía esperanza para cambiar esa estructura de terror.
El descontento de las nacientes organizaciones político-militares de izquierda, quienes fueron duramente criticados por Mons. Romero en varias ocasiones por sus actitudes de idolatrización y su empeño en conducir al país hacia una revolución armada. A raíz de su actitud de denuncia, Mons. Romero comenzó a sufrir una campaña extremadamente agobiante, cotidianamente eran publicados en los periódicos más importante, editoriales, campos pagados, anónimos, etc., donde se insultaba, calumniaba, y más seriamente se amenazaba la integridad física de Mons. Romero.
La "Iglesia Perseguida en El Salvador" se convirtió en signo de vida y martirio en el pueblo de Dios.
Uno de los hechos que comprobó el inminente peligro que acechaba sobre la vida de Mons. Romero fue el frustrado atentado dinamitero en la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús, en febrero de 1980, el cual hubiera acabado con la vida de Monseñor Romero y de muchos fieles que se encontraban en el recinto de dicha Basílica.
El domingo 23 de marzo de 1980 Mons. Romero pronunció su última homilía, (la homilía de fuego) la cual fue considerada por algunos como su sentencia de muerte debido a la dureza de su denuncia:
"Yo quisiera hacer un llamamiento de manera especial a los hombres del ejército y en concreto a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles: hermanos, son de nuestro mismo pueblo, matan a sus mismos hermanos campesinos y ante una orden de matar que dé un hombre debe prevalecer la ley de Dios que dice "No matar". Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla.
Ya es tiempo de que recuperen su conciencia y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado.
La iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación.
Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre. En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día mas tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios; Cese la represión".
Pero para los que ostentaban el poder militar y económico del país, ese llamado a la "justicia social y cristiana" representaba el fin de su dominio, una amenaza, una provocación. El obispo Romero comenzó a recibir toda clase de injurias y amenazas anónimas contra su vida. Y en lugar de despertar en su espíritu perturbación, rogó por sus enemigos:
"Me da más lástima que cólera cuando me ofenden y me calumnian.
Me da lástima de esos pobres cieguitos que no ven más allá de la persona.
Que sepan que no guardo ningún rencor, ningún resentimiento,
ni me ofende... todos esos anónimos que suelen llegar con tanta rabia o que
se pronuncian por otros medios o que se viven en el corazón. Y no es una
lástima de superioridad; es una lástima de agradecimiento a Dios y de súplica a Dios:
Señor, ábreles los ojos.
Señor, que se conviertan.
Señor, que en vez de estar viviendo esa amargura de odio que viven en su
corazón, vivan la alegría de la reconciliación contigo".

Sus denuncias y su obra en defensa de "los más pequeños" no eran ajenas al mundo. El 14 de febrero de 1978 había sido nombrado Doctor Honoris Causa por la Universidad de Georgetown (EE.UU.); y en 1979 había sido nominado al Premio Nobel de la Paz y en febrero de 1980 era investido Doctor Honoris Causa por la Universidad de Lovaina, de Bélgica. También recibía el premio Paz de Acción Ecuménica de Suecia. El gobierno norteamericano, no obstante, lo ve sólo como un obstáculo militar y se queja al Vaticano. ¿Pero no lo entendían, o no les convenía entenderlo? ¿En nombre de qué reino político hablaba; de la izquierda; en favor de los "comunistas"? Pero si repetía una y otra vez lo que el 2 de septiembre de 1979 les había aclarado:
"No nos pueden entender los que no entienden la trascendencia. Cuando hablamos de la injusticia aquí abajo y la denunciamos, piensan que ya estamos haciendo política. Es en nombre de ese Reino justo de Dios que
denunciamos las injusticias de la tierra y en nombre de aquel premio eterno que les decimos a los que todavía trabajan en la tierra: Trabajen, pongan al servicio de la patria todo su esfuerzo, sus capacidades técnicas, profesionales, políticas, para dar a El Salvador una patria que no sea ya el producto de tantos corazones, sino que sea de verdad la política santa, la profesión y la justicia tal como la debían de hacer los hijos de Dios manejando la política de la tierra".

El arzobispo Romero sólo veía en cada compatriota perseguido y abusado al mismo Cristo. El estaba allí; en cada masacre y cuarto de torturas:
"Dios en Cristo vive cerquita de nosotros.Cristo nos ha dado una pauta:
"Tuve hambre y me diste de comer".
Donde haya un hambriento allí está Cristo muy cerca.
"Tuve sed y me diste de beber".
Cuando alguien llega a tu casa pidiéndote agua, es Cristo si tú miras con fe.
En el enfermo que está deseando una visita. Cristo te dice:
"Estuve enfermo y me viniste a visitar".
O en la cárcel. ¡Cuántos se avergüenzan hoy de dar su testimonio a favor del inocente!
¡Qué terror se ha sembrado en nuestro pueblo que hasta los amigos traicionan al amigo cuando lo ven en desgracia!
Si viéramos que es Cristo el hombre necesitado, el hombre torturado, el hombre prisionero, el asesinado, y en cada figura de hombre, botadas tan indignamente por nuestros caminos, descubriéramos a ese Cristo botado, medalla de oro que recogeríamos con ternura y la besaríamos y no nos avergonzaríamos de él.
"¡Cuánto falta para despertar en los hombres de hoy, sobre todo en aquellos que torturan y matan y que prefieren sus capitales al hombre, retener en cuenta que de nada sirve todo, los millones de la tierra nada valen por encima del hombre".

El hombre es Cristo, y en el hombre visto con fe y tratado con fe miramos a Cristo el Señor".
Aquel profeta de Dios veía claramente que su pueblo sufría una Cuaresma histórica. Pero su espíritu estaba gozoso porque también como cristiano sentía venir la esperanza de la resurrección.

Ese 24 de marzo de 1980 Monseñor OSCAR ARNULFO ROMERO GALDAMEZ fue asesinado de un certero disparo, aproximadamente a las 6:25 p.m. (hora de El Salvador) mientras oficiaba la Eucaristía en la Capilla del Hospital La Divina Providencia, un ambulatorio medico para enfermos de cáncer terminal, exactamente al momento de preparar la mesa para recibir el Cuerpo de Jesús.
Fue enterrado el 30 de marzo en medio de una de los más grandes asesinatos masivos contra el pueblo ejecutado por las fuerzas armadas militares del gobierno; pero a pesar de esto sus funerales fueron una manifestación popular de compañía, sus queridos campesinos, las viejecitas de los cantones, los obreros de la ciudad, algunas familias adineradas que también lo querían, estaban frente a la catedral metropolitana, para darle el último adiós, prometiéndole que nunca lo iban a olvidar. Raramente el pueblo se reúne para darle el adiós a alguien, pero él era su padre, quien los cuidaba, quien los quería, todos querían verlo por última vez….

"CON MONSEÑOR ROMERO DIOS PASÓ POR EL SALVADOR" (Ignacio Ellacuría )

Mons. Gregorio Rosa, al referirse a la herencia de enseñanza que dejo Mons. Oscar Arnulfo Romero, resumió su obra en tres palabras.
“Fue un pastor, un profeta y un mártir; cumplió ciertamente lo que se colocó en su tumba: "No hay nadie que tiene mas amor que el que da la vida por sus amigos”

Comentarios

Entradas populares de este blog

Talento venezolano de exportación: Dr. Adolfo Brea Andrade

Carta de amor de Simón Bolivar a Manuela Sáenz

El Ratón Preocupado