UNA APROXIMACIÓN A LA ETICA Y LA ESCUELA
UNA
APROXIMACIÓN A LA ETICA Y LA
ESCUELA
Américo
Gollo Chávez.
En
homenaje a los maestros de la Escuela Normal Internacional Gervasio Rubio
Es una inmensa alegría estar acá, (Rubio) en este pueblo que ayer fuese conocido por la
sabiduría que se engendraba, generaba e
iluminaba desde su Escuela Normal Internacional Gervasio Rubio. Nunca supe si
sabía de esas cosas que llamaban modelo
curricular, ni tampoco si se perdía el tiempo en esas disquisiciones que dan
importancia a los vicerrectores académicos que sirven para hacer
programas electorales y para luego no hacer nada. No hay uno que no se ocupe de
tan atonal palabra. Supe sí de la sabiduría, del conocimiento, de la calidad de
sus maestros. No sólo sabían leer muy, muy bien, escribían muy, muy bien,
porque hablaban perfecto, con dominio absoluto de la lengua, según era su rigurosa formación gramatical, literaria,
lo cual daba belleza, sabiduría, dominio a su habla; sabían matemática necesaria y la hacían accesible,
jugaban con la aritmética, el álgebra, el cálculo y se veía que era buena,
bella y útil; Viví sus clases y parecían actores de primera. Voz, talante,
gestos, actuación, émulos, según la circunstancias, de Charles Chaplin y Don
Rafael Briceño, o Doña Raquel Wells y Amalia Pérez Díaz, según varones fueran o
mujeres, señores o damas fueran y que con tanto orgullo se sabían maestros, se
reconocían en su ser mas que en su condición corpórea sin dejar de cuidarlo.
Ellas y ellos mismos al presentarse con modesta sublimidad de orgullo llenos,
decían, soy maestro, maestra. Y más que por sus nombres toda la gente, la sociedad toda, los
identificaban por la belleza, sabiduría, prudencia, sencillez, por su modo de
ser: El Maestro, La Maestra. Y
si alguna marca más era imprescindible, se decía La Maestra María; el Maestro, Andrés.
Tampoco supe cuantas cosas de pedagogía sabían y ni
siquiera se si sabían de eso. Sólo se que ante ellos había seres niños,
adolescentes, jóvenes, padres, representantes, pueblo. Y ellos sí sabían quien
era cada quien. Los primeros para ellos
eran sus discípulos mucho más que sus
alumnos. Pero a diferencia de los apóstoles, que obligados por amor, fe, quizá
también por su destino, es un decir, quizá, por su misión de echarse la
salvación de tanto desalmado o mal almado
seguían al pie de la letra las
enseñanzas de su maestro, pienso ahora en Cristo, Lao Tse, para estos Maestros,
sus maestros eran la fuente de su sabiduría, de sus conocimientos, según ellos
los estudiaron y expusieron luego, sin quitarles ni ponerles nada, solo la
inmensa sabiduría de hacerlo bien, perfecto, como cuando un gran solista o la
sinfónica, interpreta a uno de tantos genios, Bach, Beethoven, Villalobos, y
nos lo hace llegar en la sublimidad absoluta
de su belleza, pero contada sabiamente bella al modo del maestro. Valga un
mejor decir, o sea, el virtuoso de cada instrumento es un maestro que
adentrándose en la profundidad del creador, recrea la obra para entrar en el
alma del oyente y quedarse grabado en su memoria para la recreación final que
él empieza a hacer. Mediador que sin negarse a sí mismo, sin ser puente, sin
manipulación alguna, pone al oyente en contacto del creador para que en su
alma, su conciencia, se realice un proceso excepcional, a saber, se empiece a
reconocer cada quien en sus límites y mas todavía en la necesidad interrogarse
más y más, más saber qué se es, qué es el otro, qué se quiere ser y al serlo
respetar la cualidad del ser otro, en algo inasible, pero vivible,
existencial, la belleza. No se cómo,
pero esos maestros, no se cómo, lograban que esos niños, adolescentes, jóvenes
fuesen sus discípulos con el alma abierta,
escudriñadores sin dogmas, porque en ese trabajo lo importante era,
quizá lo mas importante, que cada quien supiera lo que era, empezase a reconocerse
a sí mismo a partir de esa búsqueda, de esa reconstrucción permanente para
poder crear y así crecer.
Para los adultos, los padres, la calle, el maestro era
eso. Un ser transparente cuya sombra era grato disfrutar. Un modelo, se diría.
Mas perfecto que el cura de la aldea, a quien a pesar de su deber de ser
casto, no mentir, de no jurar en vano y
todo eso, cualquier anhelo de la cosa ajena, algún desenfreno de libídica magia, se le perdonaba, no al sacerdote
según su profesión, vocacional o no, es otro cuento, sino a su condición humana,
pecadora, imperfecta. Más perfecto que el médico. Total, no importa que esté en
juego la vida, quién no se equivoca, quién no yerra y si grave el error, suele
acompañar en silencio profundo, mudez
total que acompaña al muerto. Anda suelta la serpiente por todos lados y
a todos puede alcanzar su picada perversa para el cura y el doctor. El error,
en cambio, del maestro, enferma a los niños, a los jóvenes, al conjunto social,
a los primeros los condena por siempre, o casi siempre, de no tropezarse con
otro buen maestro que supere los límites de aquel. Porque eso sí, el maestro
tiene límites, pero de sus propios límites, el maestro es el primero que estaba
obligado a reconocer, saber y superar para no hacer daño permanente y a veces, hasta, eterno.
Tampoco se si esos maestros eran expertos en ética. Nunca
citaban a las autoridades, para impresionar, como pudiera hacerlo yo ante
ustedes, ni hablaban de la ética que en cierto grado es ontos de Sócrates, sustancia de Platón y
objeto de Aristóteles. Menos, muy menos de esas compleja manera de tratar estos
asuntos que se encuentran en Santo
Tomás, Leibnitz, Spinoza, Kant, Hartmann, Weber, Jasper, Sartre, Heidegger… y
tantos otros. Para fortuna de ellos, de esos maestros, no quisieron dedicarle
su tiempo a tantos expertos, filósofos,
sabios eticósofos y de los
philoéticos, y tuvieron la buena fortuna de no escuchar, al menos eso creo, a
tantos y a tantos discursos de
políticos, economistas, militares, sacerdotes, comerciantes, prostitutas, y
demás muchos, pero sobre todo muchos a muchos de nosotros, que para todo y cuando nada
tenemos qué decir, invocamos, usamos, empleamos, desayunamos, ética.
He aquí el asunto para el cual ustedes me trajeron. Para
hablar de la ética en la docencia. Ruego a dios que ustedes no sean expertos,
en el sentido del maestro Ortega y Gasset,
porque entonces me reclamarían algún trabajo exegético, desciframientos
hermenéuticos de algunos de esos espinosos e intrincados temas que no se acaban
nunca, pero que permiten que uno viva de ellos y asista a congresos. Dé
conferencias y demás y, desde luego, cobre prestigio, fama y hasta dinero por
ello.
Para los no filósofos, antes de continuar, quiero proponerles que cuando yo esté lejos, se lean
–reitero, dos bellos libros, uno de un gran maestro, José Luís Aranguren. Se
titula, simplemente ETICA. Creo que
es el autor que yo conozca, que además de un eximio conocedor de las lenguas
clásicas, incluido desde luego el alemán para estas cosas y algunos textos
sabios en idioma inglés, es un gran maestro. Pero además, filósofo! El otro es un texto guía francamente
“pedagógico”, como suele decirse, tantas veces de tan mala manera, como solemos
hacerlo en la universidad. Se titula ÉTICA,
TEORÍA Y APLICACIÓN es de Agustín Fagothy. Y son buenos esos textos para que los
comparen y, desde luego, hagan después lo que hay qué hacer: Beber las fuentes.
Pero son dos buenos textos, el primero es una reflexión sobre el universo que
comprende el mundo de la ética, el segundo es una guía abierta de un sacerdote jesuita, que se cerca a este
tema, sobre la justa base de no ser para expertos, pero a pesar de ello sin que
se escapen los principales problemas que ocupan a los filósofos, sociólogos,
etc.
En Venezuela, el maestro García Bacca, escribió bellas
reflexiones, pero, como dije, todos los años de todas las vidas no alcanzan
para estudiar este tema, tal como hoy se maneja, usa, emplea, subemplea.
Permítanme entonces trabajar un poco en otra dimensión y dejemos a los expertos
estos asuntos tan graves y severos.
He querido convencer a muchos que, a pesar de que por
problemas de traducción, se ha establecido una identidad entre ética y moral,
bien vale la pena hacer la distinción y dejar a la moral mucho más todo aquello
que tiene que ver con las culturas, cada una de ellas, con la praxis social de cada
una de ellas, su aquí y ahora, y un
poquito antes y después, ello
resuelve algunos problemas, tales como las diferencias morales entre las sociedades bajo religiones
distintas, islámicas, cristianas, budistas, sólo para ilustrar. Y dejar a la
ética problemas “mayores” que ya no se
pueden plantear en términos del bien y del mal, moral e inmoral, justicia e
injusticia, y todo su universo semántico que explicita o implícitamente
conforman su campo. Tampoco se pueden
plantear en términos relativos, en el
sentido de la subjetividad de cada quien o de la subjetividad, que ha
convertido en valores prácticas humanas o ideolemas. Así, también para
ilustrar, bastaría ver cómo se manejan en las sociedades y culturas diversas
los problemas sexuales. Prefiero y recomiendo que esas “cosas” se enfoquen como
problemas morales. La monogamia, la poliandria, etc.… son problemas
cultural-morales, sujetos de una manera a una temporalidad y, en el mejor de
los casos, a la cultura. Cuán abierta y bella la cultura fálica de los hindúes,
hoy reprimida. Cuán cruel nos resultan
ciertas prácticas, casi abominables, marcadas por el fundamentalismo. Digo todo
esto porque la libertad sexual, por ejemplo en Occidente, está directamente
vinculada a la independencia que la mujer ha conquistado, y así por ese y otros
estilos.
No quiero decir con esto que esos problemas no sean
objeto de la ética, en cuanto reflexión, como metalenguaje, si se quiere; tampoco que el deslinde sea sencillo entre la
moral y la ética. Para hacerlo más comprensible, permítanme decir que sería más
o menos así, por analogía: la diferencia entre ciencia y tecnología, sería
pertinente.
Dejo a la ética, y de manera especial en este día y aquí
con ustedes, el problema fundamental de la vida mucho más como permanencia lo
más atemporal posible y dejo a la moral su cuido terrenal concreto. Dejo a la
ética el problema central de la vida. Su finitud y la necesidad de conservarla,
dejo a la moral su cuido y cuidado empírico. Dejo a la ética la universalidad,
ya hoy más que terrenal, galáctica y los
problemas claves de la verdad. Dejo a la ética los problemas claves de las
relaciones interculturales, internacionales que garantizando la especificidad
cultural permita garantizar la cohabitación y la contribución de proyectos
comunes en función de procesos del denominado desarrollo sustentable. Dejo a la
ética los problemas esenciales que por necesidad en las relaciones individuo-sociedad-Estado.
Dejo a la ética los principios
universales para garantizar la equidad
necesaria y suficiente en las relaciones de los mass media, con el individuo, la sociedad, la cultura.
Miremos esto. En los teóricos geniales maestros
anteriores a este tiempo, a este que vivimos, nos movíamos en la cualidad del
hombre como animal político, el hombre como el rey de la naturaleza que todo le
estaba asignado a sus dominios y bien o mal podía hacer con ella lo que le daba
la gana. Vino luego otra concepción del hombre, el homo faber. Desde luego que
esto generó una nueva ética, una nueva
moral que le dio sentido práctico vinculada al trabajo, al desarrollo, a la
eficiencia y a eso denominado progreso. El homo ludens, como para conservar la
posibilidad de reconocerse en otra dimensión más cercana al placer, tema
también propio de la ética, según
también alguno de los antecesores. Siempre abiertamente o
subyacentemente había un problema mayor, el problema del poder. En eso me
parece bueno que reivindiquemos por siempre a Aristóteles, porque el poder
es un problema primario de la ética política, dentro de mi tesis, mas
amplia, que la moral política, claro si ésta pudiese existir en ese campo, del
poder, su medios de acercarse a él, de mantenerlo, de saber para qué.
No dispongo de tiempo ni, desde luego, tampoco de tanta
bondad de ustedes para soportarme, por
lo cual dejemos abiertas las preguntas que sean necesarias a estos
planteamientos para mi fundamentales y
elementales. Apenas oteado el horizonte, quiero partir de una nueva premisa,
cuyo valor se fundamenta en un nuevo descubrimiento, maravilloso por real,
verdadero y trascendental por su valor
inmanente. Me refiero a una nueva definición del hombre y a un nuevo valor, por
ahora dejémoslo así, que la humanidad ha dado a la verdad, alcanzado ese valor
por los inmenso descubrimiento de la ciencia, antes conformada con descubrir,
hoy compitiendo con el arte en la creación. Valga un ejemplo, el plástico, los
colores sintéticos, alguno otro más, son creaciones humanas (ciencia y
tecnología con fines y sinfines) que no existían en la naturaleza. No es poca
cosa esto, es una gran cosa.
Pues bien, el gran descubrimiento es que el hombre es un
ser natural, en primerísimo lugar y, en consecuencia, su vida está en
intimidad, es parte de la vida misma de la naturaleza. Este hecho
necesariamente crea una nueva manera de definir al hombre, una nueva manera de
comprenderlo. Y una nueva manera de comprenderse, entenderse y serse. Esto es
capital. Y ello va lejos, muy lejos: es entender, comprender, reconocer,
quiérase o no, que para vivir
necesitamos crear unas nuevas relaciones éticas con la naturaleza, que tiene
una vida finita, independientemente que esa finitud dure “eternidades”. Ya no
es más una subjetividad, una valoración moral, preservar, por ejemplo el agua,
sino que es un mandato de la consciencia. Desarrollar una tecnología que nos
conduzca, como ahora pasa, a la destrucción es contrario a esa nueva ética, que
sin formalizarse, se encuentra escondida, como la matemática en la vida de toda
la ciencia, del saber y del ser.
Garantizar la vida, la vida misma para que no la derrote
la muerte tan rápidamente, es el problema central de la ética hoy. Pero, a esto
debe agregarse el otro problema que tiene dos dimensiones, digo por ahora, la
demostración de que todo conocimiento es incompleto, extrapolación que se hizo
por inferencia del teorema de Goedel, quien demostró la incompletitud de la
matemática, correlativos a problemas
tales como los aportes teóricos de la mecánica cuántica o física matemática.
Estas demostraciones no hicieron relativa la verdad, sino siempre, digamos,
incompleta. Y todo este aporte, no hace
de la ética una juego relativo en función de la cultura o la subjetividad de
cada individuo, idiota o genio, sabio o experto, da lo mismo, sino también una
dinámica que crece cualitativamente según crece la ciencia y según crece el
arte, y en este ha habido aportes sin duda geniales y muy bellos a estos
problemas, el conflicto entre Quijote-Sancho y Sansón Carrasco, no es un
problema moral sino un problema ético en los términos que he sugerido.
Quisiera seguir con este análisis, pero sean medianamente
suficientes esta reflexión básica, para abordar el problema que nos hemos
propuesto.
La escuela tiene en este contexto y, desde luego el
maestro con sus muchachos, como si fueran uno o como si fuesen muchos en la
misma búsqueda, tiene que orientarse éticamente, más que enseñar ética, con
esos dos principios que se han señalado.
El hombre no es el rey, es un ser
político que juega, que trabaja, pero que con esas características, sin
perderlas, tiene un fin superior, hacer
crecer la verdad y hacer crecer la vida.
Entonces, se plantean nuevas didácticas, pedagogías, sencillamente
humanas. Nuevas valoraciones. Las
viejas adquieren nuevas cargas semánticas, nuevos significados. En las
concepciones anteriores a esta demostración, había en cada una de ellas eso que
llaman los alemanes un Grundrich, ideologías, valores, un solo ejemplo, ser el rey de
la naturaleza fue una potestad que dios creador dio al hombre, ser animal político es una determinación de
la acción humana para garantizarse la sociabilidad en medio de relaciones de
poder que, cundo menos, deben resguardarse con justa equidad.
En la demostración
de hoy –la cualidad natural del hombre – se impone una nueva ética que hace
dialógica las relaciones del hombre con la naturaleza, distinción que ahora
tiene carácter estrictamente analítico
formal y no cualitativo. Somos naturaleza. En eso somos, digamos, casi iguales
a las ratas o a las cucarachas, pero, he aquí Rodas y debemos saltar. Y es aquí
donde aparece la ética en su majestuoso valor. La cultura y de manera especial
el arte, y la ciencia tal como hoy se los concibe, no como la respuesta absoluta
sino como la búsqueda permanente e incompleta, creación humana, la que nos
permite crecer y para crecer bien,
debemos hacerlo éticamente.
Si así vamos comprendiendo el planteamiento, tendría la
escuela que replantearse muchas más cosas más allá del bien y el mal. Por ejemplo los fines y
utilidad de la ciencia. Y he aquí un problema ético grave. Si la ciencia y la
tecnología se emplean como instrumentos de poder para alcanzarlo y mantenerlo,
de imperio para expandirse y dominar, tienen un sentido y una significación
inética que conlleva una actuación inmoral. El fundamentalismo y el dogma
cuando se imponen, fuerza o
indoctrinamiento, su acción es inética
por negación de la libertad. Entonces, la ética tiene un espacio en la escuela:
Hacer del conocimiento, (arte, ciencia) del saber, el
camino a la verdad y la verdad del hombre es el hombre mismo, como ser natural
que es y como ser social que se ha creado a sí mismo por la cultura que en su
creación lo recrea permanentemente. Y va más lejos la ética en la escuela, la
afirmación de que nada de lo humano y natural le es ajeno, y que para
alcanzarlo hay que ser libre. Volver a ser maestro, según eran los maestros de
Rubio.
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